Todo ser humano es distinto a otro. La abrumadora carga
genética de la que nuestros padres nos cargan, fruto de mezclas de genes de
cientos o miles de personas a lo largo de la historia, nos otorgan una riqueza
que por mucho que el Genoma esté descifrado, sigue siendo incalculable.
La historia de los pueblos puede plasmarse en cada uno de
nosotros. ¿Acaso no hemos pasado por ser romanos, griegos, fenicios,
cartaginenses, íberos, visigodos, árabes… y más recientemente latinoamericanos
o europeos? Pasando también por Asia.
Los pueblos son distintos.. pero sobretodo las personas lo
son. Y eso da riqueza a la raza humana. Todos los seres humanos nos sentimos y
reconocemos distintos.
En el amor también hay muchas unicidades… pero la grandeza
de la diversidad hace que normalmente cada persona encuentre otra con la que
ser compatible. A veces incluso del mismo sexo, otro aspecto más de la asombrosa
diversidad.
Todos nos sentimos distintos pero al mismo tiempo iguales.
En muy pocas ocasiones el ser humano reivindica su “distinción”… ya que resulta muy obvio, si no más bien su
igualdad.
Cuando el ser humano ha reivindicado su igualdad, se ha
ganado en convivencia. En los llamados derechos “sociales”. Hoy nos parecen
evidentes, hace años no tanto.
La abolición de las castas o clases. La abolición del
sometimiento clerical. De la misma nobleza. Pasando por la esclavitud. La
inclusión de las mujeres a aspectos de la vida, como el laboral o en ámbitos
decisivos. El trato a los enfermos como eso mismo y no como “desechos”. Los
minusválidos. E igualmente los derechos adquiridos para los gays, lesbianas o
transexuales.
Normalmente los colectivos y en general los individuos, no
se encargan de recordarnos que son “distintos”. Es una obviedad notoria y
genética. Por el contrario, se ha requerido un esfuerzo normalmente ligado a
siglos de lucha, con el fin de reclamarse iguales. Sobran los ejemplos en la
historia.
Sin embargo, sí hay ejemplos nefastos en la historia cuando
los nombres reclaman la “distinción”. Las guerras religiosas que aún hoy nos
asisten, el nacismo, miles de guerras de fronteras… con el único objetivo de
diferenciarse y reclamar dichas diferencias.
¿Por qué la distinción
es un ejemplo histórico nefasto?
Muy sencillo. El ser humano es de natural egoísta… un
egoísmo que es posiblemente respuesta a un instinto muy básico, de
supervivencia, de lucha. No necesariamente de convivencia.
Por eso, uno solo reclama su distinción y acentúa el hecho
de diferenciarse cuando estima que dicha diferencia es positiva hacia él. Es
decir, declararse “distinto” en la mayoría de las ocasiones es reconocerse
“superior”. Pues caso contrario, uno más bien callaría o en todo caso
reclamaría igualdad.
Por ello, cuando uno dice sentirse “distinto” está diciendo
sentirse “superior”. Es una materialización de un claro complejo de
superioridad.
Es el egoísmo, acompañado de la vanidad lo que llama a
declararse distinto. Nunca el egoísmo los llevaría a reclamar la distinción si
ello fuera para reconocer una inferioridad, por una evidencia lógica.
Así que llego a la conclusión de que saberse distinto
es muy humano. De hecho denota haber
llegado al mínimo de coeficiente intelectual, aquel que nos eleva un poco por encima
del umbral de inteligencia para poder andar, comer o incluso vestirse.
Sin embargo, declararse, proclamarse y reivindicar el
ser distinto es un acto de soberbia y vanidad. Un acto que lleva a tratar a los
demás como inferiores y que lamentablemente, contamos en la historia de la
humanidad con numerosos ejemplos de dichas acciones cuando se convierten en
colectivas, con resultados que me permito obviar.